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Pedacito

20071204

¿Y a qué pinche cuarto se la llevó? (preguntó Rogelio con mirada de dos litros de cerveza). ¡Que no sé! (contestó Jando con un vehemente esfuerzo por coordinar el movimiento de sus labios con el de sus ojos).

Corrían frenéticamente por el pasillo portando un rifle de diábolos (que letal, lo que se dice letal, no era). Llevaban doce puertas y les faltaban tres. Antes de abrir alguna, Rogelio era traicionado por su imaginación y sus visiones de Pedro-zombi persiguiendo a Mariela.

¿Por qué no nos fuimos Jando? ¿Por qué nos pusimos a tomar? ¿Hace cuánto tiempo mordieron a ese cabrón, dos horas, tres? Nos hubiéramos ido Jando, nos hubiéramos ido…

Rogelio se sentía responsable del destino de Mariela. Y cómo chingados no, si por él y su pinche alcoholismo se habían quedado a cenar, al fin que faltaban varias horas para que Pedro se convirtiera en Pedro-zombi.

Dos puertas.

Una puerta.

Jando temblaba. Rogelio respiraba con rabia, furia y miedo. Intentaron abrir la puerta pero un seguro les impedía el paso. A putazos mano (dijo Jando). A putazos (pensó Rogelio). Dió un paso hacia atrás y pateó con todo lo que le quedaba de huevos. La chapa se quebró en dos y la puerta giró gracias a la habilidad que sólo las bisagras tienen.

Los encontró y súbitamente recordó que el efecto zombi comienza hasta después de 5 horas. Su cara se tornó entre rojo odio y verde náusea. Arrebató el semi-rifle a Jando (que de los nervios ya no podía moverse) y caminó con una inmensa determinación.

No, no es lo que pare… (balbuceó Mariela mientras Rogelio le pegaba el rifle a la cara y jalaba el gatillo)

Un pedacito de metal atravesó el ojo izquierdo de Mariela y se incrustó a la mitad de su cerebro donde, por casualidad, estaba el recuerdo de su boda con Rogelio.