Y llegó un prÃncipe en su corcel azul. Pero a la princesa no le interesaban los corceles de colores extraños.
Otro le regaló vestidos de telas hermosas. Pero ella en realidad preferÃa la lencerÃa deportiva.
Uno más leyó poemas y cuentos de amor durante 12 horas. Pero a ella le fastidiaban los merolicos.
Uno más creyó que su canto la enamorarÃa. Pero ella preferÃa el trash metal.
Uno más entregó en una caja la mitad de su corazón envuelto en celofán. Y ella pensó que al menos el corcel azul fue original y que este prÃncipe era un tacaño.
Uno, sin motivo aparente, amenazó con suicidarse si no obtenÃa el amor de la princesa. Pero ella ya estaba muy grandecita como para andar con mamones “emo”.
Uno más trajo una estrella de dimensiones inverosÃmiles que Dios le habÃa regalado con el propósito de enamorarla. Pero la princesa tenÃa un serio problema con los mochos regiomontanos.
Y hubo uno que llevó a su banda favorita de trash metal. Pero a ella ya le enfadaba ese grupo y querÃa música nueva, además de que odiaba a los oportunistas.
Uno de ellos guardó el aliento de todo su ejército en un frasco chino. Y a ella le pareció asqueroso.
Otro más le llevó los chocolates más deliciosos que Suiza pudiera fabricar. Pero ella era mexicana y creÃa que los suizos eran unos usurpadores.
Uno le regaló una computadora. Pero ella odiaba a los geeks (aunque ella sólo existÃa en la imaginación de uno).
Otro le entregó un pedacito de luna. Pero en ese momento la princesa creÃa que GarcÃa Márquez estaba sobrevalorado.
Y asà pasaron los años. Y asà pasaron los prÃncipes.
Y es que ella querÃa un pony, unos patines y una princesa.
fin…